martes, 11 de noviembre de 2014

Mi pollo a la naranja



Veo como todas las “artesanas”, mujeres multifacéticas,  tienen una loca pasión por la cocina, parece que si no tienes esa neurona no estás completa.
Pero yo siento que llegué de otro planeta, a mi dame comida y la disfruto tanto como el que con toda pasión y locura la prepara pero te suplico, no me pongas a cocinar.

Mis historias en la cocina son largas, cortas, apasionadas, de furia, amor, ternura, locura pero todas un desastre.
Recién casada quería sorprender a mi joven e inocente esposo con un suculento e irresistible plato de comida. Con anticipación pensé qué plato podría prepararle que no fuera arroz con huevo. Fue entonces cuando recordé que de chica había probado un pollo a la naranja que marcó mi paladar y mi memoria. Era todo dorado, como si hubiese tomado sol en la playa más paradisíaca del caribe, con una salsa que brillaba a 10 metros de distancia, jugoso, suave, sabroso.

Ya habiendo decidido cuál sería el menú, me dispuse a ir al supermercado.
¿Qué ingredientes podría llevar un pollo a la naranja? me pregunté… Pollo y Naranja! Pero por favor que tanta ciencia.

Llegue a mi casa tan feliz, determinada a meterle mano al pollo.
  1. Lo primero que hice fue lavar el pollo. Mi técnica fue lavarlo como se baña a un perrito y hacer bailar al gallus domesticus, porque no hay pollo limpio si no baila al ritmo de la música.
  2. Segundo, exprimir naranjas hasta conseguir un litro de la jugosa fruta.
  3. Y por último, si por último, sumergir el pollo en el litro de jugo.
Pasaron horas y hora y más horas pero no se hacía la salsa. Cada hora volvía a mirar a el pollo y este seguía más pálido que vampiro a dieta…
Pasaron alrededor de 5 horas de cocción y nada que se hacía la salsa que yo recordaba tenía el pollo.

Ya acercándose la hora de llegada de mi comensal, decidí apagar la cocina y proceder a preparar la mesa. Mi pollo iba acompañado por un arroz que afortunadamente no se quemó! 

Finalmente llegó mi joven esposo y con una sonrisa de oreja a oreja le dije
-“Sorpresa. Te he cocinado pollo a la naranja”
Y vaya sorpresa que se llevó!

Nos sentamos a la mesa, uno frente al otro. Con caras expectantes y mucha felicidad. Éramos dos jóvenes enamorados a punto de probar el sello de amor que toda relación debe tener…
Su mirada perdida, su sonrisa nerviosa y luego sus palabras dulces
“Amor, este pollo no murió en la granja, lo mataste de acidez” 

Mi confusión era más grande que Brasil! Qué salió mal? Que hizo el pollo que no quedó sabroso como yo quería?
Después de una corta explicación de parte de Giovani (mi esposo), entendí que el pollo a la naranja no se cocina en jugo de naranja. 

Fue tan amoroso que tomó el pollo mientras yo lloraba, lo lavó, preparó una salsa y lo “cocinó” de nuevo. No era mucho lo que se podía a hacer para salvarlo pero pudimos cenar ese día.

Esta es solo una de las tantas historias que tengo en la cocina pero algo aprendí ese día:
  • Que nada te quite las ganas de hacer lo que quieras hacer. 
  • No todo va a salir cómo esperas pero la experiencia, y la satisfacción de hacerlo, no tiene precio. 
  • Además, seguro tendrás una historia muy divertida para contar.


Cuando nos enfrentamos a un nuevo proyecto, tenemos la tendencia a esperar que este nos salga “perfecto”, olvidándonos que el proceso creativo es tan importante como el resultado. De hecho para mi es más importante el proceso que el resultado.
De todos los errores aprendo. Cada error me hace aprender y ser mejor en lo que hago.  Los proyectos que más amo son aquellos que surgieron del resultado de unos cuantos errores. 
!Créeme, nunca olvidé que el pollo a la naranja no se cocina en jugo de naranja¡
Pierde el miedo y aventúrate a experimentar, a sacarte las ganas y crear! 

!Este álbum es el resultado de un gran error, lo armé y desbaraté varias veces pero todo lo que aprendí en el proceso es parte de mi archivo creativo y el resultado es adorable! 





¿Tienes alguna historia de fracaso y éxito? Me encantaría leerla!



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